El lado oculto
De madrugada salí a dar un paseo. Hacía
días que no podía dormir, la idea de mi fracaso como fotógrafo me asaltaba de
forma obsesiva, luego se extendió de forma irracional a todo y el miedo se apoderó de mis
pensamientos, llevándome a la parálisis. Como si no existieran otras
posibilidades, mi mirada se focalizaba
en los aspectos negativos de las cosas. Inmerso en la angustia dudaba de
todo y de todos, lo que imposibilitaba cualquier actividad o relación que me
planteara. Dejé de ir a trabajar, descolgué el teléfono y me recluí en casa. No podía vivir. Sin
embargo en los solitarios paseos nocturnos había encontrado un bálsamo, por
unos momentos mi mente era capaz de salir del bucle que me atormentaba.
Ese día comenzaba a clarear y caía una fina lluvia pero la
niebla desdibujaba los contornos de aceras
y edificios. Entre la nebulosa una imagen inquietante, petrificada y sin vida,
me sobresaltó. La miré largo rato, tratando de descubrir su identidad. Su
figura inmóvil, suspendida en una atmósfera acuosa, me intrigaba. Desde la distancia no podía ver su
rostro, ni saber si era un hombre o una
mujer. Para descubrirlo debía acercarme
pero una fuerza desconocida me lo
impidió. Mis pies, adheridos fuertemente
al suelo, se negaron a avanzar. Decidido a descubrir al misterioso personaje, saqué
la cámara de fotos y moví el zoom. Agrandé la imagen pero a penas distinguí sus
rasgos. Toda ella estaba envuelta en un halo semitransparente. Intrigado esperé
a que hubiera más luz, entonces disparé varias veces hasta que misteriosamente
desapareció de mi vista. Cuando volví a
casa y visioné las imágenes un sudor frío me recorrió: me había fotografiado a mí mismo, hierático, muerto en vida.