La miga de pan

Aunque la robó en un descuido no
pudo escapar a los cien mil ojos del señor de la usura.
Una vez impuesto el
orden, el amo cerró sus párpados satisfecho. Sus vigilantes, cegados por la
noche, no vieron como ella, que había estado llorando amargamente anegando el
pozo de lágrimas, conseguía subir a flote de puntillas sobre una miga de pan.
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