Rayuela
En la plaza no hay ni un alma, ningún signo de
vida. En lugar del bullicio habitual se ha instalado un silencio gélido. No hay
risas ni empujones, ni palomas que coman las migas desparramadas de la
merienda. Nadie juega. El ritual se ha roto. Alguien ha borrado las líneas. Los
niños se retiran cabizbajos a sus casas. Al día siguiente armados de tizas
vuelven a pintar las rayas en el suelo. El juego empieza y la plaza se llena
nuevamente de risas, tropezones y carreras.
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