La camisa
Tal vez si hubiera preguntado dónde se encontraba no hubiera ido a
parar a aquella casa, ni se hubiera
quedado tanto tiempo, pero con las prisas y el mareo no pensó. Ni siquiera,
cuando
salieron a recibirle unos hombres
vestidos de blanco inmaculado y le acompañaron por un largo pasillo, se le
ocurrió imaginar que tanta amabilidad
tendría consecuencias fatales. Al entrar en
la habitación le pusieron la camisa: las mangas no tenían agujero por
donde sacar las manos, e interminables daban vueltas alrededor de su cuerpo.
Ahora todos los días le sirven pastillas de colores.
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