Anonimato
Como todas las mañanas, enciende el televisor, de golpe la
crueldad del mundo se abalanza sobre ella y la maldad inunda la cocina.
Bebe apresuradamente el café sin azúcar y apaga el
televisor.
Es entonces cuando se da cuenta de que ya es tarde: la sangre
derramada en la guerra ha salpicado su ropa. Intenta
inútilmente quitar las manchas, frota sin resultado, pero la sangre no
desaparece.
Empieza a agobiarse, tiene prisa, ya llega tarde al trabajo.
Sin pensarlo más sale de casa con la esperanza de pasar inadvertida en el
metro.
Para su sorpresa, los pasajeros, sin inmutarse, llevan la
ropa manchada de sangre. Respira aliviada y se funde en la multitud
anónima.
Rosen, Octubre 23