¡Zasca!
Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en su
caja de compases, ya comenzaron a gesticular. Corrían rumores sobre el regreso
de la risa, algunos creían haber oído en los pasillos sonidos agudos semejantes
a carcajadas descontroladas.
Temían que la goma, perdida durante siglos, que había
impedido borrar las palabras de odio, se encontrara en su poder.
Temerosos de que el niño más repelente de la clase borrara el
miedo sobre el que gobernaban, derramaron sobre él un enorme tintero de tinta
negra. Arturito impasible, sacó un cuaderno, mojó la punta de su índice y dibujó
sonriente un cómic.
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