sábado, 31 de octubre de 2015


Rayuela



 En la plaza no hay ni un alma, ningún signo de vida. En lugar del bullicio habitual se ha instalado un silencio gélido. No hay risas ni empujones, ni palomas que coman las migas desparramadas de la merienda. Nadie juega. El ritual se ha roto. Alguien ha borrado las líneas. Los niños se retiran cabizbajos a sus casas. Al día siguiente armados de tizas vuelven a pintar las rayas en el suelo. El juego empieza y la plaza se llena nuevamente de risas, tropezones y carreras.  

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