domingo, 20 de noviembre de 2011


Demasiadas horas sin luz

La vuelta, como siempre, le producía desasosiego: los preparativos, el viaje en solitario, la ansiedad por llegar y la casa que siempre se le antojaba misteriosa, como si albergara en sus entrañas algo desconocido y amenazante. Abrir la puerta suponía una experiencia inquietante. Luego no pasaba nada: introducía la llave, la giraba, se abría la puerta y encendía las luces. Eso era todo, estaba sana y salva en su espacio protector.Pero un día ocurrió algo que hizo saltar todas las alarmas.
Después de un largo y cansado viaje llegó a la estación. Cargada de maletas miró hacia atrás, buscando a alguien que le ayudara, pero el tren había desaparecido y estaba sola en el andén. Arrastrando las maletas atravesó el vestíbulo vacío y en penumbra. Se dirigió a la parada de taxis. No había ninguno. No podía hacer otra cosa más que esperar y se sentó sobre las maletas. A lo lejos distinguía como manchas borrosas las luces de los coches pero ninguno se acercaba a la estación. La noche, cada vez más cerrada, la sumergió en una espesa negrura. Comenzó a inquietarse, otras veces había tenido que esperar, pero no tanto. Tuvo la impresión de estar en una estación fantasma, paralizada en el tiempo. Miró el reloj. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza. Habían pasado doce horas y no había amanecido.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por el premio, aunque aún no he encontrado dónde leer el relato.

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