El espejo

Decían de ella que era
extraña. Pasaba las horas muertas mirando desde el balcón el trajín de la
calle, sorprendida por el ir y venir de las mujeres a la compra, cargadas de
bolsas, cómplices en una cotidianidad aprendida de siglos. Pero sobre todo le
intrigaban las jovencitas exuberantes subidas a los tacones, enderezando su
cuerpo adolescente ante la mirada de los chicos que se relamían, pletóricos de
hormonas. Se preguntaba que pintaba ella en ese escaparate y si algún día
tendría que encaramarse a los zancos para mostrarse. Solo pensarlo la
horrorizaba, imaginaba que tal esfuerzo contra natura le provocaría múltiples
contracturas. A veces, frente al espejo imitaba gestos y posturas de los
mayores, pero los sentía ajenos. Hecha un lío tampoco entendía el aburrido
juego de los adultos. Se refugiaba en su cuarto huyendo de la omnipresente
televisión que marcaba el devenir cotidiano. Tumbada en la cama se dejaba
encandilar por el juego de luces que reflejaba el paso de las horas,
entregándose a ensoñaciones casi pictóricas. Más tarde, cuando la sangre le
anunció la revolución de su cuerpo y el deseo la inclinó a su sexo, perpleja
ante el espejo tuvo que subvertir el orden familiar para no someter su
naturaleza al corsé de una falsa identidad. Hoy, roto el espejo se reconoce en
sus sueños.
Oleo Aurora Valero. Serie 11. Archipiélago