viernes, 15 de noviembre de 2013

El espejo


Decían de ella que era extraña. Pasaba las horas muertas mirando desde el balcón el trajín de la calle, sorprendida por el ir y venir de las mujeres a la compra, cargadas de bolsas, cómplices en una cotidianidad aprendida de siglos. Pero sobre todo le intrigaban las jovencitas exuberantes subidas a los tacones, enderezando su cuerpo adolescente ante la mirada de los chicos que se relamían, pletóricos de hormonas. Se preguntaba que pintaba ella en ese escaparate y si algún día tendría que encaramarse a los zancos para mostrarse. Solo pensarlo la horrorizaba, imaginaba que tal esfuerzo contra natura le provocaría múltiples contracturas. A veces, frente al espejo imitaba gestos y posturas de los mayores, pero los sentía ajenos. Hecha un lío tampoco entendía el aburrido juego de los adultos. Se refugiaba en su cuarto huyendo de la omnipresente televisión que marcaba el devenir cotidiano. Tumbada en la cama se dejaba encandilar por el juego de luces que reflejaba el paso de las horas, entregándose a ensoñaciones casi pictóricas. Más tarde, cuando la sangre le anunció la revolución de su cuerpo y el deseo la inclinó a su sexo, perpleja ante el espejo tuvo que subvertir el orden familiar para no someter su naturaleza al corsé de una falsa identidad. Hoy, roto el espejo se reconoce en sus sueños. 

Oleo Aurora Valero. Serie 11. Archipiélago 

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