jueves, 2 de julio de 2015


Inanición

Una y mil veces se dijo que no lo haría, que no se atrevería a entrar, pero ese día encontró la fuerza suficiente para hacerlo. Al levantarse se miró al espejo, ojeroso y demacrado, el estómago le había disminuido tanto que se le cayeron los pantalones y tuvo que de ponerse tirantes para sujetarlos. Era la viva imagen de un triste payaso. Todo había empezado cuando engordó desmesuradamente y se vio obligado a dejar su gran pasión: cocinar. Amontonó tanta comida en la nevera y en el congelador que tuvo que repartirla entre los vecinos porque amenazaba con sobrepasar la cocina e inundar el piso, engrasar el pasillo y enharinar las sábanas. Después de pasar una fase aguda de restricciones se dio cuenta de que había perdido no solo kilos sino también la alegría de vivir. La inanición le mustiaba poco a poco como a las macetas que sin el riego necesario se morían abandonadas en el alfeizar de la ventana. Por eso, aquel día lo hizo, arrastrando los pies se dirigió al restaurante más caro de la ciudad. Con la carta en la mano apenas pudo distinguir entre pato, conejo o cerdo. Se le nublaba la vista y con su mirada borrosa mezclaba todos los platos. Debilitado por el esfuerzo tan solo pudo decir: camarero póngalo todo de segundo, no tomaré postre y cayó desmayado sobre el plato

http://www.mediafire.com/view/xgeab0b33038bj9/VE-15_JULIO-AGOSTO.pdf

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